El mensaje de la cruz – Stuart McCaw, Trad. Diego De León
El mensaje de la cruz – Stuart McCaw, Trad. Diego De León
Introducción
En 1 Corintios 2:1-5, el apóstol Pablo comparte una reflexión profunda sobre su misión y la esencia del mensaje que predica: “Así que, hermanos, cuando fui a vosotros para anunciaros el testimonio de Dios, no fui con excelencia de palabras o de sabiduría. Pues me propuse no saber entre vosotros cosa alguna sino a Jesucristo, y a éste crucificado” (1 Corintios 2:1-2).
Estas palabras encapsulan una verdad central del cristianismo: el mensaje de la cruz no depende de la elocuencia humana ni de la sabiduría terrenal, sino del poder transformador de Dios.
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La Simplicidad del Mensaje
Pablo se dirigió a los corintios con humildad y sencillez. A diferencia de los oradores de su tiempo, que confiaban en discursos sofisticados y argumentos filosóficos para impresionar a sus oyentes, Pablo se enfocó exclusivamente en Cristo crucificado. Este enfoque muestra que el evangelio no necesita adornos humanos para ser efectivo; su poder radica en su contenido, no en la forma en que se presenta.
El mensaje de la cruz es sorprendentemente simple, pero su simplicidad no disminuye su profundidad. Habla de un amor sacrificial, de una redención inmerecida y de una gracia que trasciende todo entendimiento. Es un recordatorio de que Dios elige las cosas que el mundo considera débiles para confundir a los fuertes y las que son insignificantes para deshacer a las importantes (1 Corintios 1:27-28).
El Poder de Dios en la Debilidad Humana
Pablo admite su debilidad al dirigirse a los corintios: “Y estuve entre vosotros con debilidad, y mucho temor y temblor” (1 Corintios 2:3). Esta confesión subraya que el poder del evangelio no depende de las capacidades humanas, sino del Espíritu Santo. Al predicar con temor y temblor, Pablo demostró que su confianza no estaba en sí mismo, sino en Dios.
Cuando los cristianos proclaman el mensaje de la cruz, no necesitan ser oradores consumados o expertos en teología. La eficacia del mensaje radica en el poder del Espíritu Santo, quien convence y transforma corazones. Esto asegura que la fe de los creyentes no esté basada en la sabiduría humana, sino en el poder de Dios (1 Corintios 2:5).
Jesucristo y éste Crucificado
El centro del mensaje de Pablo es “Jesucristo, y éste crucificado”. Este enfoque no era fácil de aceptar para muchos en su tiempo. La cruz era un símbolo de humillación y derrota, pero en el evangelio se transforma en un símbolo de victoria y redención. En la cruz, el amor de Dios se manifiesta de manera suprema, reconciliando al mundo consigo mismo (2 Corintios 5:19).
Al enfatizar la crucifixión, Pablo se opone a la tendencia humana de buscar gloria y prestigio. La cruz nos llama a un camino de humildad y dependencia total en Dios. Nos recuerda que no somos salvados por nuestras obras ni por nuestra justicia, sino por el sacrificio perfecto de Cristo.
La Fe Basada en el Poder de Dios
Pablo concluye este pasaje recordando que su objetivo era que la fe de los corintios descansara “en el poder de Dios” y no en “la sabiduría de los hombres” (1 Corintios 2:5). Esto tiene una relevancia especial hoy, en una época en la que muchas personas buscan respuestas en filosofías humanas y en el conocimiento científico. Aunque estos tienen su lugar, la verdadera esperanza y salvación solo se encuentran en el poder de Dios revelado en la cruz.
El mensaje de la cruz nos desafía a evaluar en qué estamos basando nuestra fe. ¿Es en nuestras habilidades, recursos o intelecto? O ¿es en el poder transformador de Dios, demostrado a través de la muerte y resurrección de Jesucristo?
Conclusión
La enseñanza de Pablo en 1 Corintios 2:1-5 nos llama a redescubrir la sencillez y el poder del evangelio. Nos recuerda que el mensaje de la cruz, aunque sencillo, tiene el poder de cambiar vidas y dar esperanza eterna.
Como cristianos, estamos llamados a proclamar este mensaje con humildad y confianza, sabiendo que el verdadero impacto no depende de nosotros, sino del Espíritu Santo que obra a través de nosotros.
En última instancia, es el poder de Dios, no la sabiduría humana, lo que lleva a las personas a la fe y la salvación.